Autor: Germán Vélez Sánchez
En algunos espacios de encuentro con colegas docentes y en conversaciones cotidianas, he escuchado que la autonomía es peligrosa porque conduce a la anarquía, porque invita a “hacer lo que se venga en gana”. Se asocia con espacios y actitudes anárquicas o con el término sospechoso de “libertinaje”; palabra creada por quienes defienden su lugar de unilateralidad y verticalidad o están convencidos de un paradigma único, de control, como manera de mantener el orden establecido. También por quienes sienten temor, miedo o no se arriesgan a asumir por propia cuenta su destino en el mundo y más bien, por comodidad o indiferencia, buscan la protección, el amparo o ponen su confianza en otro que lo releve de su compromiso con la sociedad y la política.
Lo paradójico es que la autonomía se ha instalado en los discursos de las políticas educativas, de manera demagógica o como eufemismo, también como una metáfora de naturalización: Se plantea que la educación debe formar sujetos autónomos y la autonomía debe ser una cualidad de las instituciones, de los currículos, de los PEI y de los gobiernos escolares. Tal vez esto tiene que ver con que las sociedades capitalistas y en especial las neoliberales requieren de individuos que asuman por si mismos su crecimiento, en especial económico, sin esperar que la sociedad y el Estado responda por la garantía de sus derechos. Este es un horizonte de comprensión que es necesario revisar de modo deconstructivo, pues se ha usado cierta “versión” de la autonomía para animar al individualismo, acrecentando el egoísmo y la competencia en detrimento de la solidaridad y la cooperación como valores esenciales para la humanidad.
Pero la realidad es otra. Paralelo a los discursos de la autonomía, se incorporan dispositivos de control, de vigilancia tanto externos (panópticos) como internos (programación neuro-lingüísta, control de emociones, coach, etc.) que buscan la homogenización tanto de los cuerpos como de los procesos y en general de las instituciones educativas. Los gobiernos autoritarios de extrema buscan, a través de declaratoria de estados de excepción, coartar o limitar las libertade individuales y limitar o desfigurar los derechos civiles esenciales en las democracias.
Se aprovecha momentos de crisis o de incertidumbre, como por ejemplo el miedo actual a la pandemia, para actuar de facto recortando las libertades, aplicando mecanismo de vigilancia y control amparados en la prevención del contagio; se impide la libre circulación, se obliga al cierre de la producción y el mercado y se exige entregar de datos personales a cambio de respaldos o ayudas económicas, sin dejar muy claro la manera como se protegerán o se usarán dichos datos, quedando en duda que sean utilizados en función del favorecimiento de los grupos de poder. Entonces es necesario preguntar ¿qué es la autonomía? ¿Por qué es necesaria la autonomía? ¿Por qué sentimos cierta prevención cuando de ella se habla?
Pero también ¿Por qué se reclama cuando se siente recortada o limitada? ¿La autonomía nace con el sujeto o debe ser desarrollada? Todos estos interrogantes requieren de una revisión teórica de fondo. Para ello es necesario incluso remontarnos a los orígenes mismos, a las categorías iniciales
que se constituyeron en fundamento de la denominada “invención de la autonomía” (Schneewind, 2009), las cuales se encuentran precisamente en la filosofía de la moral que fundaron los griegos clásicos 2 , en especial desde la ética nicomáquea aristotélica.
Lo anterior remite a la complejidad de la categoría misma. Hablar de autonomía no puede reducirse siquiera a la etimología del término. Es necesario recorrer el denso camino del tiempo y del espacio histórico que en la transformación de la sociedad occidental produjo una semántica diversa y a su vez una narrativa dominante en cada contexto, hasta llegar a Kant a quien se le atribuye finalmente dicha invención y quien construyó el significado de autonomía como esencia del proyecto de modernidad.
Por ello, se deben revisar las concepciones y vacíos semánticos existentes en la cotidianidad. Las perversiones a las que ha conducido la hegemonía del modelo educativo neoliberal de mercado, que propaga el control centralizado del currículo y la dependencia heterónoma propia de estas sociedades neoconservadoras y neoliberales.
El análisis debe partir de concebir la autonomía como una invención de la filosofía política de la modernidad, en clave de una moralidad para el autogobierno. Autonomía en la educación y una educación para la autonomía que fije sus propósitos en la formación de un ciudadano y una ciudadana emancipados y libres. Esto pues en el campo educativo estas discusiones ya casi ni se dan pues parecieran una obviedad y de fondo lo que sucede es que se naturaliza el modelo de control y dependencia con fines de imposición de una sola visión de mundo; la del capitalismo productivista, competitivo y consumidor.
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1 Aparte tomado del artículo de Vélez, Germán. “Educación y Autonomía: formación para el autogobierno”,publicado en el libro “Autonomía, Identidad y Formación: voces de maestros investigadores”. Publicado por el Grupo de Investigación Calidad de la Educación y Proyecto Educativo Institucional y la Red de Maestros Investigadores de Antioquia REDMENA. Medellín, 2020
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2 La expresión “griegos clásicos” hace referencia a los filósofos que sentaron las bases del pensamiento y racionalidad de occidente, en la Grecia de los siglos VI a III antes de nuestra era en Atenas y cuyos principales representantes son Sócrates, Platón y Aristóteles. Es una expresión válida en los distintos espacios del saber.